La sociedad del cansancio

Vivimos en una sociedad que nos exige una constante productividad y que ha convertido al cansancio en un estado constante y permanente. Ahora somos definidos por lo que hacemos, por lo que logramos y por la cantidad de tareas cumplidas que marcamos como “hechas” en nuestra agenda. Ya no somos esclavos de alguien más, sino que nos vemos obligados por nosotros mismos a ser más eficientes, más exitosos y mejorar cada día en cada área. Así nos lo enseñaron nuestros compañeros en la exposición sobre Byung-Chul Han y su teoría denominada “la sociedad del cansancio”, la cual es una sociedad donde la autoexplotación reemplaza la sumisión a un externo y donde el rendimiento se convierte en el eje de rotación de la vida de cada uno de nosotros.

La obsesión por la productividad nos ha llevado a una paradoja: creemos que estamos avanzando, pero en realidad estamos atrapados en una carrera sin meta. Como menciona Michel Foucault, quien describió “la sociedad disciplinaria”, aquella en la que cada uno se encarga de vigilar que el otro cumpla sus tareas al pie de la letra o castigarlo si no lo hace. Sin embargo, en la actualidad, hemos reemplazado aquella estructura por una de rendimiento personal, donde pasamos a vigilarnos a nosotros mismos para poder hacer lo que la sociedad nos impone como lo que “debemos poder hacer”, convirtiéndonos en nuestros propios vigilantes y explotadores. Ya no tenemos necesidad alguna de una autoridad que nos imponga metas para alcanzar; cada persona se autoimpone exigencias cada vez más altas en busca de superación y crecimiento personal.

Este cambio en nuestra sociedad trae consecuencias profundas a nuestra salud mental y física. La sociedad del rendimiento no solo nos lleva a un agotamiento extremo, sino también a una sensación constante de insuficiencia. Lo que hacemos nunca es suficiente; siempre hay algo más por aprender, mejorar o perfeccionar. Así lo sostiene el mito de Prometeo, donde nos sometemos a un cansancio constante para intentar ser productivos 24/7. La auto explotación no nos deja ningún espacio para un descanso real porque, actualmente, incluso el descanso se ha convertido en una actividad llena de productividad: debemos dormir bien para poder rendir mejor, hacer ejercicio para aumentar nuestra energía diaria y meditar para ser más eficientes en todo lo que debemos hacer en el día.

Byung-Chul Han nos dice que nuestra sociedad del cansancio también está generando nuevas enfermedades. Antes, las enfermedades típicas de la sociedad disciplinaria eran infecciones o dolencias causadas por el exceso de represión externa. Ahora, en nuestra sociedad del rendimiento, las enfermedades que viven en nuestro medio son la depresión, el agotamiento extremo, el trastorno de ansiedad y el síndrome de burnout, las cuales surgen por el exceso de auto presión y por nuestra necesidad de seguir produciendo en todo momento.

Nosotros, como individuos actuales, ya no nos sentimos oprimidos por una institución externa, pero sí por nuestra propia autoexigencia. El cansancio extremo y la fatiga mental son síntomas de nuestra sociedad, la cual ha transformado la motivación en un mecanismo de explotación. Cuando nuestro rendimiento se convierte en la única medida de éxito, cualquier pausa o reducción de la velocidad es considerada un fracaso.

Pero esto me lleva a cuestionar algunas cosas sobre mí misma, ya que, aunque quiero en todo momento estar haciendo algo, tal vez no sea por toda la sociedad que me rodea, sino que esto se centralice en mi papá, quien, en definitiva, es un individuo destacado de la sociedad del rendimiento. Sin importar si tiene o no que trabajar, siempre busca algo que hacer. El simple hecho de tomar un descanso o pausa lo estresa. Podría decir que el hecho de estar quieto puede enfermarlo, aunque tal vez no sea tan negativo, ya que, si lo dejo aburrirse un mes, tal vez logre arreglar cada hueco en las calles de mi ciudad.

Aunque, la verdad, me pregunto hasta qué punto esto es malo, ya que, sin importar cómo lo veamos, ya sea como productividad o auto esclavismo, al final esto termina surgiendo algún efecto en nosotros. Creamos en nosotros mismos un modo de operación para obtener mejores resultados, y tal vez eso no sea algo negativo, ya que podemos esforzarnos ahora y, más tarde, cuando seamos mayores, disfrutar del fruto de esa disciplina.

Y con esto no me refiero a eliminar por completo todo aquello que nos haga crecer, sino simplemente a enfocarnos mayormente en avanzar, pero sin dejar de lado aquello que nos gusta y nos distrae, poniéndolo como algo secundario y que se puede aplazar si hay algo de mayor importancia.

Para ello, Byung-Chul Han nos sugiere una posible respuesta para recuperar el auténtico descanso y el tiempo libre sin intención productiva. En una sociedad donde todo se mide en función de la eficiencia, detenerse puede parecer un acto de rebeldía.

Recuperar el tiempo para la contemplación, la conversación sin urgencia y la apreciación del mundo sin una meta establecida es un acto de resistencia contra la lógica del rendimiento. Leer un libro sin necesidad de extraer una enseñanza inmediata, salir a caminar sin un objetivo concreto, disfrutar de un café sin revisar el correo o las redes sociales: son pequeños gestos que pueden ayudarnos a recuperar la humanidad en medio de la exigencia constante hacia lo que se supone que debemos ser.

La sociedad del cansancio nos enfrenta a un dilema: seguir atrapados en la auto explotación o redescubrir una forma de vida que no esté marcada por la hiperproductividad. Pensar en esto no significa que estemos rechazando la responsabilidad o el esfuerzo, sino que estamos reconociendo que hay momentos en los que debemos detenernos, respirar y recordar que la vida no se reduce a la lógica del rendimiento.

Es necesario replantearnos qué significa el éxito y buscar una forma de vivir que no nos conduzca al agotamiento perpetuo. Solo cuando comprendamos que el descanso y la pausa también son parte de la vida, podremos liberarnos del ritmo frenético de una sociedad obsesionada con el cansancio.

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